domingo, 23 de octubre de 2011

VIDA CRISTIANA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE, UNA REALIDAD, UNA LLAMADA, UNA MISIÓN.

VIDA CRISTIANA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE, UNA REALIDAD, UNA LLAMADA, UNA MISIÓN

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La esencia de ser cristianos es un misterio divino que revela el fin y sentido del hombre, pues este ha nacido para ser de Cristo, “llegar al conocimiento pleno de la verdad y así salvarse”(Cf. 1 Tm. 2,4), siendo este el plan de Dios, pero es necesario observar que la realidad que rodea al mundo va muchas veces en contra de esta voluntad divina, desviando el propósito para el que ha sido creado; hoy nuestros pueblos latinoamericanos y del Caribe sufren grandes problemas y dificultades en su vivir cotidiano, que dañan y desfiguran, al tiempo que destruyen la dignidad del hombre, convirtiéndolo en un ente de mal y muchas veces en el blanco de obras que provienen de las sombras del mundo, viéndose de este modo la forma en que no se cumple lo que nuestro Señor quiere de nosotros, al igual que se disminuye el valor y el aprecio por el inmenso e infinito don de la vida. Pero frente a esta realidad que interpela nuestra manera de percibir las cosa y nos cuestiona sobre la forma en que vivimos, se presenta una realidad siempre nueva, una verdad que nunca pierde su frescura y su vitalidad, realidad que se nos ha revelado en Jesucristo, Hijo de Dios,  en quien se cumplen las promesas del reino y se muestra el proyecto al que el hombre esta llamado, siendo Cristo su modelo perfecto.
Esta verdad que muestra la vida en su plenitud y además  es una noticia de libertad, cambia y transforma la vida de quien la recibe y por ende convierte el ambiente en el que se maneja, dejando de lado los males que acechan al hombre y trayendo nueva luz y alegría al mundo, comunicando la esperanza y el amor anhelados en el continente americano. Es también esta buena nueva la que convierte y hace que el hombre, siendo necesitado del amor inmenso de Dios se haga discípulo del maestro y llegue a seguir sus pasos por el camino de la paz, pues es  tan grande el encuentro con Jesucristo que es imposible no seguirlo, ya conociéndolo a Él y a la obra salvífica realizada por nuestro Padre, que sale a reconciliarse con nosotros. 
El encuentro con esta nueva experiencia no es simplemente la comunicación de hechos pasados y sin sentido, porque esta noticia además de ser comunicada es vivida en el corazón de quien la recibe, siendo no una simple palabra sino la Palabra de luz que es Cristo mismo, señal y revelación del Padre. Esta Palabra ha sido comunicada al mundo de labios del mismo Jesús y se ha esparcido por todos los lugares después del acontecimiento de Pentecostés por medio de la Iglesia,  que ha sido fundada por el mismo Señor  sobre la base de los apóstoles y que le ha sido confiada la misión  de evangelizar “yendo por el mundo,  anunciando el mensaje de vida y haciendo discípulos del maestro a todas las gentes”(Cf Mt 28,19)  para cumplir con la voluntad divina,  ser testimonio del amor misericordioso del Padre y así transmitir le experiencia de encuentro personal con Jesús así  como Pedro y los primeros discípulos lo hicieron, testificando que nuestro Señor fue crucificado, rompiendo con las cadenas de la muerte y resucito comunicándonos vida y abriéndonos  las puertas de la vida eterna,  siendo este el primer anuncio o también conocido como el Kerygma que “invita a tomar conciencia de ese amor vivificador de Dios que se nos ofrece en Cristo muerto y resucitado” [1].


Este Kerygma es el que hacen que el hombre extraviado por un mundo contradictorio, se mire tal y como es, se re conozca pecador y necesitado del Amor, y contemplando la misericordia del Padre se convierta su ser, transformándolo todo en su interior, para luego así comenzar con un camino de cambio y santidad que lo llevará a ser un discípulo del maestro, camino que no solamente incluye el haber recibido la Vida en su corazón, sino que es un camino  progresivo de crecimiento espiritual, cultural y comunitario, pues solo podemos avanzar con el poder y el impulso santificante del Espíritu Santo, que santifica a la Iglesia constantemente,  es como una fuerza que le da vitalidad y la renueva en todo momento, y esto es porque " El mismo y único Espíritu guía y fortalece a la Iglesia”[2], y la guía hasta llevarla a su plenitud en Cristo; en tanto, esta guía hace que el discípulo se configure cada vez más a su maestro, dejando y abandonando su miseria, llegue a alcanzar la imagen de Cristo que es plenamente Santo, para que así trate de ser en cada momento mas como Él,  viviendo según el mandato del amor, practicando las obras de misericordia y siendo un verdadero discípulo suyo lo logre. 

Es entonces cuando El Espíritu Santo impulsa a un constante encuentro con el Señor, para no dejar a un lado la experiencia del amor de Jesús, renovándola así de día en día y haciendo que del interior del corazón del discípulo nazca un impulso por buscar a aquel que amó primero y que lleva a la plenitud de la vida, para aprender y vivir cada vez más a los pies del maestro, seguir  sus enseñanzas y vivir según el Espíritu a ejemplo de Cristo; este encuentro y renovación de la experiencia de Cristo vivo en la vida se da en el mismo Espíritu que lo propicia, que además es también quien a lo largo de los tiempos ha hecho surgir en la iglesia los momentos para que se desarrolle y ha permitido vivir a plenitud los instituidos por el mismo Jesús, momentos que se dan en la vida de la iglesia y que constantemente se viven, entre los cuales se puede distinguir especialmente cuando Dios habla a su pueblo por medio de la Palabra divina que es revelada por el Soplo de amor, que nos recuerda todo lo dicho por Jesús y nos ilumina para poder entender el mensaje que se nos trasmite, es necesario también aclarar y enfatizar que el escuchar la palabra de Dios se desarrolla en un ambiente de total oración, bajo la guía del consolador, maestro interno del corazón del hombre, y esta lectura orante de la Palabra es conocida como la lectio divina. 
Pero de igual manera también se propician otros momentos en los que Jesús sale al encuentro de sus discípulos, momentos como la celebración de la Sagrada liturgia, reconociendo el sacramento de la reconciliación, en donde el hombre pecador que ha caído bajo la influencia del mal se reconcilia con el amor del Padre, recibiendo la gracia que había perdido y recuperando la amistad con Jesús, al igual que la comunión con la Iglesia de Dios; de la misma manera se reconoce otro momento teniendo que “la eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. … Allí, el Espíritu Santo fortalece la identidad de discípulo y despierta en él la decidida voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que ha escuchado y vivido”[3], aclarándonos la gran importancia de la eucaristía en la vida del discípulo, que le renueva y fortalece su otra característica esencial, pues es muy evidente la identidad plena de todos los que conociendo a Cristo le siguen y lo anuncian con su vida llevando el mensaje que un día recibieron y desean que otros también lo conozcan, para que disfruten de la dulzura de vivir según la enseñanza divina, y es que “el discípulo,…, se siente impulsado a llevar la buena nueva de la salvación a sus hermanos.
 
 Discipulado y misión  son como las dos caras de la misma medalla” [4], pues es tanto el gozo y la alegría que causa el encuentro con Cristo, que el verdadero discípulo no se contiene tan inmenso don,  lo quiere comunicar a todos los hombres para que se salven, y anunciar el mensaje de la vida con su testimonio y con la propia vida; esta es la misión de la Iglesia, que busca llevar a todos los hombres a Cristo, para que así alcancen la felicidad que anhelan en el fondo del corazón y la cual están buscando constantemente. Vale también reconocer que a Dios se encuentra en la oración, conversación filial y además de todo dada desde el corazón del hombre hasta el corazón de Dios, pues “la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo…” [5], pero es necesario destacar que esta oración salida del corazón, desde la entrañas del cristiano, toma una doble connotación, una individual o personal y otra comunitaria, siendo la primera una experiencia personal e interna para enriquecer la vida misma de quien ora y hacerlo avanzar en el caminar de fe, y la segunda una experiencia vivida en un grupo de discípulos que uniendo su oración personal la hacen comunitaria y la llevan a tomar mayor fuerza y vitalidad, pues se comparten de los dones y gracias conferidos por Dios, es en este punto donde se hace visible la comunión de la Iglesia que siendo esposa del Cordero eleva una oración agradable y satisfactoria a su Esposo.
De este modo y en este momento es cuando se comprende que la vida de la Iglesia no marca simplemente el número de los discípulos que viven aisladamente la experiencia del Señor, sino que mucho más allá de todos los esquemas, llega a ser una comunidad, pues Jesús al fundarla la hizo con un grupo de discípulos suyos que oraban en común, leían la Palabra divina y compartían el pan, dejando en claro que la vida del discípulo es inconcebible sin una comunidad, lugar privilegiado para el crecimiento espiritual en donde se manifiesta el sentido de servicio y más aún el amor cristiano que es testimonio vivo de Cristo resucitado en medio de nosotros. Los cristianos estamos llamados a vivir en total comunión, pues este es el proyecto del Dios vivo que es comunidad en su verdad más íntima, siendo la comunidad más plena y de mayor influencia, dejándonos además el ejemplo más perfecto de la comunidad básica de toda sociedad y toda la Iglesia, la familia, porque Dios es familia en su plenitud; familia que es un solo amor y está tan unida que tiene una verdadera comunión, proyecto que se ha de reproducir en la familia cristiana, que está llamada a vivir en la vida de Cristo que la ama profundamente. La comunidad también puede tomar otra manera de vivirse y es en la parroquia, lugar en donde el discípulo misionero profundiza en su experiencia de Dios y  logra compartir su vida con la de los demás, que al igual que él buscan llegar a una mayor unidad con El Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo. Esta parroquia a su vez está constituida por pequeñas comunidades que buscan una mayor facilidad y eficacia en el objetivo de todos los cristianos, comunidades que pueden en ocasiones constituirse por movimientos eclesiales que manifiestan la constante acción del Espíritu Divino en la Iglesia, dejando variedad de dones, carismas y ministerios que ponen de manifiesto la inagotable riqueza de la Iglesia.
De igual forma el discípulo misionero contempla a María la madre de Jesús como modelo de santidad, pues ella ha sido la hija escogida del Padre que se ha dejado moldear como ningún otro ser humano lo ha hecho, siendo dócil al Espíritu Santo, y así ser verdadera discípula que “de inmediato se puso al servicio de su parienta, en tanto se enteró de la noticia de su embarazo y fue a anunciar tan pronto pudo la alegre noticia de las maravillas de su Señor”(Cf Lc 1,31-55); es entonces María un ejemplo para la misión, que es llevar a Cristo a los demás, en especial a los más necesitados, entre quienes se incluyen los pobres, marginados, mendigos, enfermos, huérfanos, encarcelados y demás personas que sufren las inclemencias de un mundo tan marcado por la maldad. Esta misión que es la tarea de la vida de un discípulo de Cristo es una llamada a la humanidad, en especial a nuestros pueblos, para regresarse a Cristo y vivir según los planes divinos, pues la misión a la que esta llamada el continente americano es constante y esta Misión continental  es “…un nuevo pentecostés que nos  impulse a ir, de manera especial, en búsqueda de los católicos alejados y de los que poco o nada conocen a Jesucristo, para que formemos con alegría la comunidad de amor de nuestro Padre Dios,…” [6]; es en tanto que la vida del cristiano es sigo de evangelización que llama a los demás a un encuentro personal con el señor, y esta realidad la realiza mediante la misión ya mencionada que se ha de desempeñar en un constante mover del espíritu Santo.
En conclusión, la vida del discípulo ha de propiciarse en nuestros pueblos por medio de la promoción y aumento de la posibilidades de encontrarse con la noticia viva del reino de los cielos,  que es  una experiencia personal con Jesucristo, revelación de amor del Padre, para que así, guiado por el Espíritu Santo, viva un caminar progresivo de conversión en una comunidad, en donde manifieste y comunique a Cristo, teniendo en cuenta su condición al tiempo de ser misionero (Testimoniar a Jesús con su vida) y a ejemplo de María nuestra Señora de Guadalupe, sea un llamado de alerta para el mundo y un comunicador de la santidad.                            



[1] Documento de Aparecida  348
[2] DA  151
[3] DA 251
[4] Discurso inaugural de S.S. Benedicto XVI en la v conferencia episcopal de Latinoamérica y el Caribe.
[5] Sta. Teresa del Niño Jesús, ms. Autob. C 25 r
[6] Mensaje final, Aparecida  5

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